Teatro de La Luna dio para comer y llevar en un banquete infinito este Mayo Teatral

Por Roberto Perez León

En estos tiempos es notorio que hasta nuestras más emblemáticas salas de cine ceden sus espacios a un humor generalmente marchito y trillado por la vulgaridad y la simplicidad. Ante ese tipo de “humor” resulta un tregua para el espíritu ser espectador de un hecho teatral que favorece la risa como gesto humano supremo y no como descarga de estúpido entretenimiento.

Quiero referirme a “El banquete infinito”, del Teatro de La Luna, donde en dos horas más o menos nos divertimos con personajes concebidos por Alberto Pedro y recreados y repontenciados por Raúl Martín.

¡Qué maravilla de título! Un banquete infinito, agotador, descarnado como cuando del Poder se trata en todos sus insondables caminos. Porque esta obra trata sobre el Poder y sus bastidores. Una vez que empieza la función puede no sospecharse el ritmo y la parodia donde nos va a meter la laboriosidad del colectivo Teatro de La Luna.

Con afán de buzo, Martín anda siempre embriagado por llegar a la profundidad del problema que se plantea en cada puesta que realiza.

Ahora en “El banquete” se da banquete en su embriaguez por alcanzar las profundidades y tocar las llagas del Poder.

Se decide este director por la comedia, la farsa, la enjundia del sainete, lo bufo. También esta vez le sale de lujo el evento cuando se mete entre las establecidas fórmulas y derrumbes del Poder.

Un espectáculo rotundamente físico, sin ambages, donde los cuerpos celebraban y alaban la esencia misma de lo teatral ¡Qué solidez en los cruces entre performance y puesta en escena!. La transformación y concatenación de acciones y pasiones que se desatan hacen posible que nos llenemos del brío, del entusiasmo propio del que es asaltado por la mágica naturaleza del teatro.

El texto dramático no está ni por encima ni al lado de la producción escénica, contribuyen al ritmo global de la puesta completada con la partitura actoral.

Los actores todo el tiempo se desplazan y se mudan y se reproducen en personajes para que se establezca el contrapunteo infinito.

La dinámica de los signos empleados en los sistemas significantes con que se arma la puesta en escena es divertida y categórica. La producción de sentido, desde una perspectiva semiológica, alcanza una factura estética y técnica que amarra con certeza los diferentes componentes de la puesta en escena.

Es un espectáculo sin parcelas, es total, es lírico, sensual, dramático. Un espectáculo que no se burla de lo que representa. Espectáculo que ríe de lo que nos muestra y por eso nos hace reír tan saludablemente.

“El banquete infinito”, la obra de Alberto Pedro, que Teatro de la Luna repone en este mayo teatral, es una soberana puesta en escena desde uno de los tremendos sucesos textuales de la dramaturgia cubana.

El texto dramático y la representación responden a sistemas significantes diferentes y sin embargo son emitidos a la vez, pero cada uno tiene su propio ritmo y sus especificidades semiológicas.

Cuando se saben confrontar texto y representación la puesta en escena es plena. Cuando los significados escénicos dicen lo mismo que el texto y se empeñan en extraer su teatralidad, algo agoniza.

No se trata de reproducir ni traducir el universo ficcional estructurado a partir del texto en el universo funcional producido por la escena, hay que conjugar estos universos.

La práctica enunciativa de la puesta en escena no es la realización performativa del texto. Todo esto está tan bien establecido en “El banquete infinito”, de Teatro de La Luna, que yo me atrevería a sugerirlo como una clase magistral sobre la dialéctica entre texto dramático y puesta en escena.

El efecto de sentido que Raúl Martin produce en este montaje, mediante poderosísimas enunciaciones escénicas, da lugar a un espectáculo convincente. La puesta en escena es de una independencia axiomática, no es una secuencia de visualidades amontonadas sobre un texto.A Raúl Martín le fascina jugar y sabe hacerlo de una manera muy inteligente. Juega sin parar, esta vez con el poder. Juega con los descalabros y las epifanías que el poder se construye a través de la miseria que en sí mismo encierra el poder.

La gente de Teatro de la Luna sabe que el texto, como dijera Brecht, no es un material de construcción, sino el resultado de un circuito de concretización donde intervienen variables contingentes: por un lado, el significante, es decir la propia obra como cosa en el escenario; por otro lado, el significado que está en el objeto estético y ambos, significante y significado, inmersos en el contexto social donde ser produce el suceso teatral que se consagra a través del espectador.

Espectáculos como este advierten de la necesidad de una mirada al hecho teatral que vaya no solo a la producción, sino también a la recepción, para valorar la puesta en escena como un fenómeno de incidencias ideológicas y socio culturales.

"El Banquete infinito es indagativo, contextualizador, sucede por sí mismo como espectáculo. Se construye desde muchas fuentes. Impone una peripecia que proporciona cambios de dirección y tensión. Orquestando, para el espectador dinamismos a nivel sensorial y sensual.Y claro, no dejamos de disfrutar de una narración. Todo el tiempo estamos siguiendo a personajes y acontecimientos a través de imágenes hilvanadas por el trabajo actoral en medio de una configuración de líneas y colores concebidos desde un ajustado diseño de luces junto a una concepción escenográfica y un tratamiento plástico en general donde se logra un proceso orgánico e indivisible.

La puesta disfruta de un proceso de ficcionalización donde lo que figura en escena es consecuencia de la solidez del universo creativo de Raúl Martín y sus actores.En este banquete se carnavaliza como ejercicio de crítica, como práctica de resistencia ante los patrones institucionalizados desde lo estético y lo formal. Hay subversiones. Se parodia. Se alcanza la risa identitaria y se produce una subjetividad poderosa.