TEATRO EN TIEMPO DE BOLERO

Entrevista a Raúl Martín

Por Norge Espinosa

Con La primera vez Raúl Martín vuelve al Festival Nacional de Teatro de Camagüey, donde ha sido una presencia habitual y en el que, en esta ocasión, ocupa el Teatro Principal tras las funciones de quien fuera uno de sus maestros, Carlos Díaz. Alumno líder de Teatro El Público, comparte con el propio Carlos Díaz la herencia que Roberto Blanco insufló a ambos.

¿Qué significa volver a Camagüey, actuar en plena complicidad con ese legado que enlaza nombres y maneras, ante un público que ya te conoce?

RM: Es curioso que me lo preguntes, porque anoche, cuando subimos al escenario a montar, Carlos se reía diciéndome que yo hago montajes con muchas cosas, con muchos tarecos. Y le respondí que tenía a quien salir, porque yo aprendí de él. Teatro El Público fue mi escuela, yo me gradué del ISA estando allí, y con Carlos Díaz aprendí mucho del teatro no sólo estéticamente, sino en cuanto a organización, producción, y todo eso me ha sido muy útil. También está el recuerdo de Roberto Blanco, claro, y ayer, viendo Josefina la viajera, lo recordé mucho por los homenajes que Carlos le hace en su espectáculo. Tal vez uno no sea consciente de eso, pero cuando vienes y te presentas ante ese público, va quedando como una memoria, y ayer, durante el montaje técnico, los tramoyistas, los utileros, el director del teatro, me recordaban las funciones que dimos aquí con La Boda, Los siervos, Electra Garrigó y Delirio habanero. Y todo eso se enlaza, y por eso es bueno venir al Festival, a pesar de todas las dificultades, de todos los problemas y las polémicas que puedan existir. Sin ninguna demagogia, recibir el aplauso de ese público es ya un premio.

Para los que somos fieles seguidores de tus puestas, puede ser una especie de confirmación lo que algunos decimos de La Boda, ese montaje del año 1994 que contiene muchos de los elementos que hoy forman tu poética. En La primera vez, que se presenta aquí, vuelve a estar tu gusto por lo coreográfico, la limpieza de los desplazamientos, lo musical y el sentido del humor.

RM: Tienes razón, y me encanta que lo digas porque mucha gente se ha acercado a comentarme lo mismo. Es como volver a eso que fue La Boda, pero en otro momento de mi carrera, con un sentido más coreográfico que en aquella puesta, donde todo era más gestual; y con la música en vivo. Aunque hay conexiones, las dos obras cuentan una relación tortuosa entre dos amantes, y hay un tercer acto en las dos que se hace absurdo, como las pesadillas sobre el parto que aparece en esta pieza. Parece que esas similitudes me llevaron por este camino, a partir de la propia conexión entre los dos autores. No fue premeditado. Ambas proponían esta especie de extraña comedia de salón, reinventada desde una distancia paródica que acaba, en los dos casos, hablando finalmente de la incomunicación. A mí se ocurrió durante las primeras lecturas, insertar los temas de Blanca Rosa Gil, porque estos personajes se desgarran, se traen, se rechazan, viven, se agarran de las cortinas como un bolero cantado por ella, para que todo fuera más divertido. Es como una unión de varios caprichos míos. Y aunque no haya que comparar una obra con la otra, es evidente que la unen muchas coordenadas.

Una última pregunta. Hagas una obra como Los siervos o Delirio habanero, como El flaco y el gordo o La primera vez, me parece que en tu teatro intentas activar espacios de diversión, una idea del teatro como disfrute. ¿Es así?

RM: Yo creo que sí. Me encanta cuando el público se ríe y disfruta la obra. Eso me hace feliz. Cuando me preguntan por qué me gusta tanto Virgilio Piñera respondo siempre que por su sentido del humor. Y vengo de Carlos Díaz, que hace siempre fiestas en el escenario, más que espectáculos son concelebraciones. No se trata de un humor chato ni banal, porque en realidad mis espectáculos son siempre tragicomedias. Samuel Riera, el plástico que trabajó con nosotros en Delirio…, se molestaba cuando la gente se reía durante las funciones porque no entendía por qué el público reaccionaba así ante una obra que es tan dura y puede ser tan amarga. Yo le explicaba que eso es una manera de hacer catarsis que nos identifica también, y eso es parte del teatro. El teatro es un espacio de conspiración, y gracias a Dios tenemos eso, que podemos hacer que el público participe con nosotros en este tipo de fiesta.